lunes, 19 de mayo de 2008

Vida Urbana En El Siglo XVIII.

La mirada de los extranjeros
Durante el siglo XVIII en Chile y bajo el impulso de la corona y de gobernadores eficientes se llevó a cabo un proceso de fundación de villas y ciudades. Asimismo la obra del arquitecto Joaquín Toesca cambió la fisonomía de Santiago, señalando un progreso urbano que modificó la vida de sus habitantes, realidad que se manifestaba claramente a fines de la Colonia.El testimonio de los contemporáneos, en especial de los extranjeros que visitaron nuestro territorio, nos permite evocar la fisonomía de estos cambios en la vida urbana de las ciudades chilenas dieciochescas. Amadée Frezier, que estuvo en Chile entre 1712 y 1713, describió La Serena como una ciudad con calles sin pavimentar que parecían campos pues estaban “orladas de higueras, olivos, naranjos, palmas que le dan agradable follaje” y casas edificadas de barro y cubiertas de rastrojos. Según este mismo viajero, Valparaíso estaba compuesto de un centenar de pobres casas mal dispuestas y de diferentes niveles. Las edificaciones se extendían a lo largo de la playa donde se encontraban las bodegas de trigo. Treinta años más tarde, el marino inglés John Byron se expresó de modo similar respecto del puerto, aunque reconocía ciertos adelantos. Sin embargo, las referencias de los viajeros sobre la capital del reino eran más halagüeñas. Aunque George Vancouver de paso por Chile en 1795 advertía sobre la suciedad de las calles, Byron expresaba que Santiago era una ciudad emplazada en una ”hermosísima llanura”, bien pavimentada con abundantes naranjos, floripondios y “toda suerte de flores que perfuman las casas y a veces la ciudad entera”. Agregaba que “en el medio de la ciudad se halla la plaza mayor, llamada plaza real, en la cual desembocan ocho avenidas. El costado poniente lo ocupan la catedral y el palacio episcopal; en el costado norte se encuentran el palacio del presidente, la Real Audiencia, el Cabildo y la cárcel; al costado sur hay una hilera de portales a todo lo largo de la cual están las tiendas y encima una galería para ver las corridas de toros; y en el costado oriente hay algunas grandes casas que pertenecen a personas de distinción.”. Como en siglos anteriores, las ciudades continuaron celebrando diferentes funciones públicas y entretenimientos. En efecto, la recepción de los gobernadores, la jura de los reyes, el nacimiento de algún infante y las fiestas y procesiones religiosas marcaban el transcurso del tiempo. Los juegos y diversiones, dentro o fuera de las casas, se esparcieron por todo el territorio y alcanzaron al finalizar el siglo gran acogida. Los más populares fueron las riñas de gallos, las corridas de toros, el juego del volantín, del trompo, de los bolos y la pasión por los naipes y la lotería. Las tertulias y recitales poéticos eran diversiones de las clases más acomodadas y eran amenizados por el clavicordio y los toques de flauta. La juventud de los barrios populares bailaba al ritmo del fandango y el zapateo y paulatinamente se introdujo el minuet y la contradanza. Hacia finales del siglo XVIII el desarrollo del comercio lícito o ilegal había logrado introducir modas, costumbres, diversiones y objetos europeos que no tardaron en expandirse entre la población del reino y de paso abrir los horizontes para la llegada de nuevas ideas.

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